LA COSA ESA DEL WORLBUILDING (I)

Un detalle que diferencia la fantasía y la ciencia ficción de otros géneros es que, al igual que en la novela histórica, el escenario es un elemento importante. A veces fundamental. Recordamos a menudo novelas no especialmente bien escritas con personajes poco memorables gracias a que tienen lugar en un universo que nos parece fascinante.

El escenario no tarda en convertirse en un personaje más de la novela. A veces, como ocurre con frecuencia en la ciencia ficción clásica de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, es EL personaje.

Siendo una tarea bastante ardua crear un nuevo escenario, no es raro que a los escritores nos guste volver sobre él y explorarlo con más detenimiento. Si hemos hecho bien nuestro trabajo, el decorado será algo más que cuatro telas pintadas, un par de cajas y dos o tres puertas y empezará a hincharse con una tercera dimensión: aparecerán montañas lejanas que quizá nunca visitemos, y bosques umbríos sobre los que tal vez no nos atrevamos nunca a posar el pie, y nuevas ciudades que no habíamos previsto, y mansiones con las que no contábamos. Un universo ficticio bien diseñado acaba creciendo merced a una extraña dinámica propia sobre la que que a menudo el autor no tiene demasiado control. Si este ha hecho bien su trabajo desde el principio y ha creado el escenario de un modo lo bastante complejo y con unas reglas coherentes, crecerá por donde debe.

Exactamente igual que un personaje, por cierto. Lo dije hace un par de párrafos y lo repito ahora. En la ciencia ficción y la fantasía, el escenario es otro personaje, algo que la crítica convencional a menudo olvida y no tiene en cuenta. Cada fórmula literaria tiene sus propios efectos poéticos, inherentes a ella y quizá no exportables a otras. Y cuando un teórico analiza una forma narrativa, debe tener eso en cuenta.

Pero estoy divagando. Es tan entretenido…

El último escenario que he creado se llama Duniya y en él se ambienta mi novela en proceso El hueco al final del mundo, algo que espero que ya sepáis. Asumo que no es la primera vez que entráis en esta web y que hasta habéis leído algunas de las páginas cuyo enlace podéis encontrar el menú de la cabecera y os habéis puesto más o menos al día de qué va la cosa. Si no es así, tranquilos, hacedlo. Os espero.

¿Ya? Estupendo, sigamos.

Duniya, decía.

Nuestro propio planeta, en realidad, seis mil años en el futuro, después de varias catástrofes. A la primera de ellas se la conoce como Almadim Detash, el Fin de la Era de las Ciudades. Si alguien piensa que esa era de las ciudades tiene algo que ver con nuestra época, no va muy desencaminado.

No hace mucho en una de las conferencias del Festival Ansible 2019, una de las ponentes se quejaba del exceso de distopías y pedía a los escritores y escritoras que imaginaran futuros más optimistas.

Lo he intentado. Pero es muy difícil imaginar un futuro optimista cuando, cada vez que alzas la vista y miras a tu alrededor, la situación está más jodida que cinco minutos atrás y tienes la sensación de que la velocidad a la que caminamos hacia el desastre se acelera a cada segundo, hasta que empezamos a parecer el tren de Snowpiercer, o su pariente rápido.

Lo siento, así veo las cosas. La única manera que tengo de realizar un ejercicio de optimismo es asumir el inminente colapso y suponer que de aquí a seis mil años las cosas habrán mejorado un poco, al menos en lo social.

Pero estoy divagando otra vez. Esto iba sobre construcción de mundos, no sobre mi pesimismo.

Venga, intentémoslo de nuevo.

Duniya es el escenario ficticio más reciente que he creado. Y me ha parecido buena idea repasar alguno de los anteriores y contar un poco cómo nacieron y cómo se fueron desarrollando. Espero que eso sirva para daros una idea de cómo trabaja mi mente. Si es que trabaja, que ya es otro asunto.

Vayamos por tanto por orden cronológico y empecemos por

DRÍMAR

Dicen que cuando Robert A. Heinlein empezó a escribir sus primeros relatos, decidió preparar una breve cronología que contuviese los hitos más importantes de la historia futura que estaba creando. Incluso se afirma que colocó en su respectivo lugar determinados relatos que ni siquiera había escrito todavía.

Sea cierto o no, intenté algo parecido cuando, a mediados de los años ochenta, comprendí que el escenario onírico y autorreferencial (y bastante autocompleciente, todo hay que decirlo) que había creado tres o cuatro años antes se estaba convirtiendo en una especie de decorado para un western postapocalíptico. Algo al estilo de «Mad Max se encuentra con la Trilogía del Dólar». Un poco absurdo, ya lo sé, porque en cierto modo Mad Max es la versión australiana, futurista y postapolíptica de la Trilogía del Dólar, con varios elementos tomados de Conan el bárbaro.

Así que me detuve, tomé aire y usando lo que ya había escrito (cuatro o cinco relatos) y varias ideas que pululaban por mi cabeza, creé la primera versión de mi cronología de Drímar. Empezaba con el colapso de la civilización en 1992, que daba origen al Interregno, y acababa poco más de setecientos años después, una vez la civilización se había recuperado de la caída y la humanidad empezaba a a explorar el sistema solar.

A partir de ahí no tenía ni idea de lo que podía pasar.

Lo fui descubriendo con los años. Me di cuenta de que, siendo un poco flexible, cualquier historia de ciencia ficción que se me ocurriese podía ambientarse en Drímar. Así, cuando imaginé a un explorador galáctico en un planeta absurdo recorriendo una carretera sin final, extendí la cronología varios cientos de años, e hice que la humanidad explorase la galaxia.

Así se fue desarrollando Drímar, un poco a trompicones. Cada nuevo relato o novela corta que escribía (y alguna que otra novela que quedó inédita y acabó por desaparecer en las brumas del tiempo) aportaban algo al escenario, así que ampliaba la cronología, la retocaba o llenaba los huecos que hubiese en ella, según correspondiese.

Y en cierto momento recordé una novela que había intentado escribir dos veces. La primera, de forma infructuosa. La segunda… digamos que también. Técnicamente llegó a buen puerto, en el sentido de que conseguí acabarla, pero aquello era torpe, malo e impublicable.

El primer intentó fue a los diecisiete años. Se llamaba La tercera galaxia y arrancaba con una guerra fría a nivel intergaláctico que de pronto se caldeaba. El inicio de la novela fueron un par de sueños de los que conservaba algunas secuencias inconexas que me parecían interesantes y que intenté unir, con mejor o peor fortuna. No llegué a terminar la novela, pero cuando la dejé tenía relativamente claro cuál podía ser la trama general.

Mi segundo intento fue, creo recordar, con unos veintidós años. Como he dicho, logré terminarla. Es lo mejor que se puede decir de ella. Ya no se llamaba La tercera galaxia, sino El centro de la galaxia. Usaba la idea de una guerra fría entre dos potencias interestelares. Guerra que se calentaba de repente y entraba en fase explosiva, lo justo para que un tercer bando en la sombra se aprovechara de las circunstancias y terminase por hacerse con el poder. La novela estaba armada en tres partes. La primera contaba el final de la guerra. La segunda, quinientos años después, mostraba a una sociedad oculta en un planeta perdido (que resultaba ser la Tierra, que había sido abandonado a su suerte miles de años atrás y que ahora estaba poblado por ratas inteligentes) que se preparaba para regresar a la galaxia y expulsar al tirano (o su descendiente) que se había apoderado de ella. La tercera, lógicamente, contaba el regreso y el posterior conflicto.

Quien haya leído algunas de mis novelas quizá haya encontrado elementos familiares. Sí, en Los celos de Dios, se habla de un secta que está esperando cierto acontecimiento para hacerse con el poder en la galaxia. En La sonrisa del gato descubrimos cuál va a ser ese acontecimiento. En Tierra de Nadie: Jormungand hay una isla en un planeta-prisión poblada por ratas inteligentes. Y en Bifrost, un grupo de exiliados, ocultos en la Tierra, se prepara para volver a la galaxia y acabar con la tiranía de Dios.

Todo eso surge de esa novela, que siempre consideré fallida. Y que lo era. Pero, pese a serlo, no murió sin antes haber dado fruto en mi mente. El suficiente para ir creciendo, germinando y creando nuevos brotes.

Nada de lo que escribes es inútil, por malo que sea. Nada. Recordadlo bien.

Así, una parte importante del universo de Drímar surge de una novela que ha desaparecido y que era bastante mala. Ni uno solo de los personajes que la poblaban ha sobrevivido.

Pero planteaba un escenario con posibilidades.

El centro de la galaxia es también importante, al menos desde un punto de vista estrictamente personal, por otro motivo. Fue la primera vez que intenté crear consciente y deliberadamente, poniendo toda la carne en el asador, personajes complejos, con relaciones personales complicadas y maduras, aunque hay que decir que el resultado estuvo bastante lejos de ser un éxito. En todo caso, ese elenco de personajes incluía un hombre homosexual.

Traté de presentarlo con naturalidad, sin darle más importancia a su a orientación sexual de la que se la habría dado a la de un personaje heterosexual. Hacía poco, tras ver con mi novia de entonces, Camino, una película que hablaba de las relaciones de una pareja gay (creo que era Long Time Companion, ambientada en los años más virulentos del SIDA, aunque no podría jurarlo), ella me había comentado que le gustaría ver algún día una película o leer un libro donde apareciera un personaje homosexual y el hecho fuera mencionado de pasada, sin darle mayor importancia, del mismo modo que habría sido tratado de haber sido heterosexual.

Sus palabras se me quedaron grabadas a fuego. Cuando creé el personaje gay de El centro de galaxia las tenía muy presentes y las he seguido teniendo presentes desde entonces.

No es casual que ese personaje fuese creado poco después de que un amigo saliera del armario con varios de sus conocidos. Y, en cierto modo, lo desarrollé como un regalo para él, deseando que le gustara. Es muy probable que, de no haberlo conocido, ni me hubiese planteado incorporar un personaje gay a lo que estaba escribiendo. Al menos en aquel momento de mi vida.

Cuando leyó la novela no me dijo nada malo del personaje (ni bueno), pero sospecho que fue más por buena educación por su parte que porque yo hubiera tenido éxito en representar de forma creíble un personaje homosexual. Teniendo en cuenta que el resto de la novela era un desastre lleno de clichés, no hay ningún motivo para pensar que en este caso habría sido de otro modo.

Pero al fin y al cabo aprendemos de nuestros errores tanto como de nuestros aciertos. De hecho, deberíamos aprender más de nuestros errores. Aquella novela fue un primer paso importante en mi carrera y, por mala que fuese, me ayudó a hacer mejor las cosas. A partir de ese momento empecé a construir mejor mis personajes. En cierto modo, podríamos decir que El centro de la galaxia fue un hito, ya que resultó ser la última novela, de todas las que escribí, que permanecería inédita y moriría sin haber visto la luz. A partir de ese momento, todo lo que escribí de una cierta longitud, novelas y novelas cortas, acabó siendo publicado de un modo u otro.

De todos modos estábamos hablando del worldbuilding y de cómo se crean escenarios ficticios. En Drímar fue improvisando sobre la marcha, añadiendo un ladrillo aquí y otro allá, retomando trozos de construcciones anteriores y añadiéndolas al conjunto, y todo eso lo hice un poco por instinto, sin tener muy claro de si iba a funcionar o no.

Debo de ser un tipo con suerte, porque en general funcionó. De hecho, esa técnica (si es que se le la puede llamar así) es la que uso, con pequeñas variaciones en todos los universos de ficción que he creado, algo que iréis viendo en las siguientes entregas de esta serie.

Drímar fue el escenario que tuvo, sin la menor duda, el desarrollo más dilatado de todo lo que he creado. Nació allá por 1980 como una especie de versión fantaseada de los paisajes de mi adolescencia (con una influencia enorme del realismo mágico latinoamericano), evolucionó enseguida hacia una ambientación de western postapocalíptico, fue cambiando poco a poco hacia un escenario de ambientación espacial y acabé dando la última pincelada al escenario en 1999, más o menos, con las últimas palabras de lo que luego llamaría Bifrost. Durante ese tiempo ambienté allí historias policiacas, cyberpunks, space operas, relatos de espionaje, pseudowesterns, novelas experimentales, idas de pinza a lo Philip K. Dick, epopeyas planetarias y hasta alguna historia de metahumanos y un relato de reminiscencias lovecraftianas. Lo cierto es que, sospecho de pura chiripa, diseñé Drímar de tal modo que cabía de todo.

Mientras estaba añadiendo los últimos toques a Drímar, nació la Ciudad, donde he desarrollado todas mis novelas de fantasía oscura y mis thrillers sobrenaturales. Fue un escenario mucho más sencillo de crear, en parte porque era exactamente el mismo que veía desde mi ventana todos los días.

Pero ya hablaremos de eso otro día.

Que la Divina Incertidumbre que gobierna el mundo os sea propicia. ¡Iljá Alyajin!

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