PARA QUÉ TENER ALAS SI NO VAS A VOLAR

Tengo la sensación de que Yentl, de Barbra Streisand, es una película que ha sido injustamente olvidada por casi todo el mundo, aunque tal vez se trate de una percepción errónea debida a las peculiaridades de mi burbuja personal. Claro que si tengo en cuenta lo que me costó conseguir una edición en blu ray de la película (básicamente tuve que comprar de segunda mano y a un precio «interesante» en Estados Unidos una copia de la edición limitada de mil ejemplares que se hizo hace unos años) sospecho que no hay precisamente un interés mayoritario por ella.

No tuvo una mala recepción en su estreno y Barbra Streisand hasta ganó un Globo de Oro a la mejor dirección. Sin embargo parece haber ido cayendo un poco en el olvido a medida que pasaba el tiempo y tengo la sensación de que una parte importante de las nuevas generaciones ni siquiera han oído hablar de ella. No porque las nuevas generaciones sean ignorantes descerebradas, que lo serán en todo caso tanto como lo éramos nosotros a su edad, no más y quizá menos, sino simplemente porque parece que el interés por Yentl se ha ido desvaneciendo con los años. De hecho, si hago memoria, una vez pasado el momento del estreno (donde, como digo, tuvo una buena recepción) el público en general se olvidó de ella. Ni siquiera el ser una película de los ochenta (una década de la que se han mitificado a punta pala cosas majas pero mediocres, cuando no simplemente mediocres) jugó a su favor. Cuando veo una lista de pelis ochenteras reivindicables no suelo encontrar Yentl en ella.

La película es un claro alegato contra los prejuicios y a favor de la libertad para tener acceso el conocimiento sin importar el género. Entre equívocos y enredos y alguna situación más dramática, aprovecha para reflexionar de un modo bastante inteligente sobre ciertas cuestiones que creíamos cercanas a estar superadas en los años ochenta y que, visto lo visto, no ha sido así ni de lejos. Siempre me pareció bastante valiente en sus conclusiones y en la forma en que resolvía los conflictos, huyendo de un final feliz al uso y sustituyéndolo por uno más abierto e incierto, aunque encarado con optimismo.

La historia (basada en un relato del Premio Nobel Isaac Bashevis Singer y en la obra de teatro desarrollada a partir de este) no puede ser más sencilla. En una comunidad judía en Europa oriental (posiblemente rusa o polaca, aunque es algo que nunca se dice de forma explícita) a finales del siglo XIX, un rabino ha educado a su hija Yentl de forma un tanto heterodoxa, permitiéndole que estudie el Talmud y la Torá,  que discuta con él sobre esos temas y, en general, que tome sus propias decisiones.

Vamos, lo que viene a ser tratarla como un ser humano.

Cuando el rabino muere, la joven Yentl comprende que a lo único a lo que puede aspirar a partir de ese momento es a convertirse en la sumisa esposa de alguien y a pasar el resto de su vida sin leer ninguno de los libros que le interesan y sin poder cultivar su mente ni adquirir nuevos conocimientos. La canción que canta poco antes de eso es bastante sintomática:

And why have eyes that see
And arms that reach
Unless you’re meant to know there’s something more.
If not to hunger for the meaning of it all
Then tell me what a soul is for.
Why have the wings unless you’re meant to fly
And tell me, please, why have a mind
If not to question why.

And tell me where
Where is it written what it is I’m meant to be;
That I can’t dare
To have the chance to pick the fruit of every tree
Or have my share
of every sweet imagined possibility.
Just tell me where, where is it written, tell me where.

La decisión que adopta es la de cortarse el pelo, vendarse los pechos, vestirse de chico e irse del pueblo. No tarda en conocer a un grupo de estudiantes del Talmud, conecta enseguida con uno de ellos (interpretado por Mandy Patinkin que, efecto, ha sido otras cosas además de Íñigo Montoya) y acaba convirtiéndose en alumno de la escuela talmúdica (la yeshiva) a la que va este.

Los equívocos se suceden enseguida, como podréis suponer, porque Yentl se siente atraída casi inmediatamente por Avigdor, el personaje de Patinkin. La cosa se va complicando (tenemos una boda entre Yentl y otra mujer, por ejemplo) y nos encontramos con varios momentos que pueden tener con facilidad una lectura LGTB, sobre todo cuando Avigdor se descubre teniendo ciertas reacciones ante lo que él piensa que es su joven compañero. Evidentemente, la interpretación mainstream de Hollywood es que el «instinto» de Avigdor ha detectado el engaño a nivel subconsciente y que se siente atraído porque en el fondo sabe que Yentl es una mujer. Pero a lo mejor lo que pasa es que Avigdor no es tan heterosexual como cree:

All the times I looked at you and touched you and I couldn’t understand why. I thought something was wrong with me.

El homófobo «I thought something was wrong with me» supongo que es inevitable para la época (tanto aquella en la que se desarrolla la acción, sin duda, como la del estreno, seguramente).

Cuando el engaño sale a la luz, Yentl comprende que en esa sociedad nunca podrá ser lo que quiere ser ni le van a permitir mostrarse como es; lo máximo a lo que podrá aspirar es a estudiar con las cortinas echadas y las puertas cerradas (y si eso no es una metáfora de estar en el armario, no sé lo que es) y no está dispuesta a ello, igual que no lo está a hacerse pasar por lo que no es para conseguir lo que quiere.

Así que decide irse en busca de pastos más frescos. La película acaba con ella en un barco de emigrantes (con destino a Estados Unidos, seguramente, aunque nunca se dice) y la historia llega en ese momento a su conclusión con otra de las grandes canciones de la película, A Piece of Sky:

The more I live — the more I learn.
The more I learn — the more I realize the less I know.
Each step I take—
(papa, I’ve a voice now!)
Each page I turn—
(papa, I’ve a choice now!)
Each mile I travel only means the more I have to go.
What’s wrong with wanting more?
If you can fly — then soar!
With all there is — why settle for just a piece of sky?

Papa, I can hear you…
Papa, I can see you…
Papa, I can feel you…
Papa, watch me fly!

Siempre ha sido una de mis películas favoritas, desde la primera vez que la vi en 1984, y con cada nuevo visionado va ganando en matices y en detalles. En su momento la vi al menos tres veces en el espacio de poco más de dos semanas, algo que ni entonces hacía ni ahora suelo hacer, al menos en una sala de cine. Y, a pesar de que tardé muchos años en verla de nuevo, nunca se me fue de la mente del todo, sospecho que en buena medida gracias a la banda sonora de la película, que adquirí primero en vinilo, luego en CD y, en los últimos tiempos, en forma de lista de reproducción de Spotify.

Michel Legrand y Alan y Marilyn Bergman, compositor y letristas de las canciones, están en estado de gracia en todos y cada uno de los temas que crean para la película, que además están maravillosamente enhebrados en la historia y son parte irrenunciable de la trama; de hecho es perfectamente posible ir siguiente la evolución del personaje y los conflictos a los que se enfrenta escuchando tan solo las canciones. No miento si digo que en Yentl es, con diferencia, donde más me gusta la voz de Barbra y donde creo que alcanza algunos de sus mejores momentos como intérprete, tanto en aspectos puramente técnicos como en intensidad emocional.

En cuanto a su trabajo como actriz, en mi memoria nada podrá superar a la liante pizpireta que interpreta en ¿Qué me pasa, doctor? (What’s up, Doc), una suerte de puesta al día del personaje de Katharine Hepburn en La fiera de mi niña (Bringing Up Baby). Pero su trabajo en Yentl, en un registro completamente distinto (aunque sin renunciar a esa sonrisa entre irónica e ingenua que es capaz de dibujar usando casi exclusivamente la mirada) no le anda muy a la zaga.

No contenta con eso, dirigió la película, la coprodujo y coescribió el guion con Jack Rosenthal.

Detalle, por cierto, que en su momento sentó muy mal a la crítica. Fueron muchos los que afirmaron que Yentl no era más que un monumento al ego de Barbra Streisand y que el que metiera las zarpas en todos los aspectos de la película no era sino pura megalomanía. No quiero ser malpensado (bueno, en realidad, sí) pero me resulta curioso que nunca se dijera eso de los numerosos hombres que han sido directores, guionistas e intérpretes de sus propias películas.

No estaba concebida originalmente como un musical. Tras varios años de intentar sacar adelante el proyecto, que siempre había sido algo muy personal para ella, en cierto momento Barbra Streisand comprendió que el único modo en que iba a encontrar financiación era convertirlo en un musical del que fuera la principal intérprete.

A partir de ese momento, ya no hay problema para que los inversores pongan el dinero, porque ya no se trata del drama de una joven que se enfrenta a los prejuicios de un mundo patriarcal, sino de Barbra Streisand cantando.

Ay.

Lamentable, por una parte. Por la otra, doy gracias a los prejuicios, porque es uno de mis musicales favoritos y la banda sonora de la película uno de los discos que más veces habré escuchado. Del mismo modo que a veces la censura, a su pesar, es responsable de la creación de obras maestras, en este caso la miopía y los prejuicios acabaron creando una película que no querría distinta.

Barbra Streisand, por otro lado, supo reconvertir el proyecto sin renunciar a la esencia del mismo, y consiguió un film que ha sabido envejecer maravillosamente bien y que me sigue emocionando como el primer día. De hecho, es una pena que no se prodigase más como directora; las otras dos películas en las que se puso tras la cámara, El príncipe de las mareas (The Prince of Tides) y El amor tiene dos caras (The Mirror has Two Faces), son interesantes y están bien dirigidas.

No sería nada raro que, tras terminar de escribir esto, me pusiera a verla otra vez. Por qué no; acompañar una vez más a Yentl (nunca he encontrado a Barbra tan atractiva como en esta película, por cierto) en su viaje a través del conocimiento y experimentar con ella las emociones que siente al darse cuenta de todo lo que tiene que aprender y todas las posibilidades que se abren ante ella mientras las maravillosas palabras de los Bergman arropadas por la no menos maravillosa música de Legrand llenan el aire:

I can walk through the forests
Of the trees of knowledge,
And listen to the lessons of the leaves.
I can enter rooms
Where there are rooms within rooms,
Wrapped in the shawl that learning weaves.
I remember, papa, everything you taught me.
What you gave me, papa,
Look at what it’s brought me.

There are certain things that, once you have,
No man can take away;
No wave can wash away;
No wind can blow away,
And now they’re about to be mine!

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