¿ESPERANZA?

Duniya es nuestro mundo dentro de seis mil años, después de que la Era de las Ciudades llegue a su fin. A eso se lo llamó Almadin Detash y terminó con más del noventa por ciento de la humanidad en el transcurso de un par de siglos. A ese acontecimiento le siguió, mil quinientos años después, el Qastay Zariq Iljá, el Despertar de los Dioses de Fuego, un incremento de la actividad plutónica y sísmica a nivel planetario que alteraría de forma drástica el clima del planeta y la forma de las masas de tierra.

No es un escenario muy consolador, ¿verdad?

Sin embargo…

Sin embargo, las culturas que pueblan el mundo conocido seis mil años después de Alamadin Detash son vitales y diversas. No se han resuelto los problemas de la humanidad, ni mucho menos, pero al menos han quedado atrás atavismos ridículos como los prejuicios sexuales o el racismo. En algunos lugares el capitalismo asoma de nuevo su feo (y desgraciadamente exitoso) rostro, y el mundo entero está al borde de la destrucción por algo que ocurrió casi ochocientos años antes de que dé comienzo La simiente de la Esquirla.

Pero hay quien lucha por mantener el mundo a salvo, aún a costa de sus vidas. Hay esperanza.

¿La hay?

Una parte de mí cree que no. Es una parte que está convencida de que es inevitable que nos extingamos como especie; si no ahora, en algún momento del futuro.

Esa parte cree que hay dos mandamientos grabados en nuestro ADN y en el de todas las criaturas vivas que son los responsables tanto de nuestro éxito a la hora de ser la especie dominante como de nuestra futura desaparición.

Son dos mandamientos muy simples:

  • Come cuanto puedas
  • Reprodúcete cuanto puedas.

Es algo que comparte toda la vida de nuestro planeta, desde el microorganismo más simple al vertebrado más complejo.

Como individuos aislados podemos ignorar esos mandamientos. Retorcerlos. Sublimarlos. Canalizarlos. Yo puedo decidir (lo decidí hace tiempo, de hecho) no reproducirme, por ejemplo. O puedo elegir una forma racional de alimentarme que no destruya la biodiversidad.

Como especie, estamos condenados.

Si contemplamos la humanidad desde una distancia suficiente, digamos una tal que la Tierra sea del tamaño de una placa de Petri a treinta centímetros de distancia, veremos con facilidad que nuestro comportamiento no se diferencia en nada del de una colonia de bacterias. ¿Componen sinfonías las bacterias individuales? ¿Desentrañan los misterios del universo? ¿Crean canciones de amor? ¿Ayudan a otras bacterias a hacer más llevadera la existencia?

No importa lo que hagan las bacterias individuales, solo el conjunto. Y el comportamiento del conjunto es ciego, marcado por esos dos mandamientos, hasta que han consumido todos los recursos y, literalmente, no caben en la placa de Petri. En ese momento empiezan a morir, ahogadas por sus propios residuos y de pura inanición, y a devorarse a sí mismas.

La humanidad hace exactamente lo mismo. Como individuos aislados podemos ser inteligentes, responsables, racionales. Como conjunto, somos una masa ciega que camina hacia su extinción.

Sin embargo…

Si eso es cierto, ¿por qué pierdo el tiempo fabulando historias y ofreciéndoselas a otros en la esperanza de que les toquen en lo más profundo y se les hagan inolvidables? Si estamos condenados, ¿para qué molestarse? Si la biología nos convierte, como especie, en autómatas suicidas, ¿qué sentido tiene hacernos responsable de nuestros propios actos?

No lo sé. Pero, pese a todo ese fatalismo chungo que acabo de desgranar en los párrafos anteriores y que creo cierto con todo mi ser, también creo en el libro albedrío con la misma fuerza. Y creo en nuestra capacidad para tomar decisiones y en la necesidad de hacernos responsables de ellas y asumir sus consecuencias.

¿Es paradójico? ¿Contradictorio? Menuda novedad. Llevo toda mi vida contradiciéndome, como el más manido poema de Walt Whitman. Llevo toda la vida siendo al mismo tiempo una persona extremadamente racional y alguien emocional hasta límites increíbles; un espectador distante y un actor del método; un determinista extremo que cree en el libre albedrío. Un ateo materialista que, de algún modo no puede evitar pensar que, tras la muerte de la carne, va a quedar algo de él.

Supongo, aunque entonces, siendo crío, aún no lo sabía, que por eso me convertí en escritor, en contador de historias, como una forma de entenderme a mí mismo y al mundo que me rodeaba, aunque fuese simplemente haciéndome preguntas, sin estar seguro en ningún momento de tener las respuestas.

A lo mejor es porque las respuestas importan menos que las preguntas.

Y a lo mejor es porque creo que, pese a todo, la esperanza es posible, aunque tenga que hacer malabarismos para verla y encontrarla, aunque tenga que irme seis mil años al futuro para ver una sociedad donde alguien no le machaque la cabeza a otra persona simplemente por ser diferente. Supongo que, de algún modo loco que mi razón no aventura a ver, me gusta pensar que seremos capaces de ir más allá de nuestra programación biológica y trascenderla. Aunque no sea ahora, aunque tenga que caer la civilización actual y volver a alzarse y caer de nuevo y alzarse una vez más y…

Y quién sabe, a lo mejor, dentro de seis mil años la cosa saldrá bien y funcionará. O no, pero al menos tal vez no salga tan mal como salió la última vez y, de algún modo, nos las apañemos para salir adelante. A lo mejor el truco no está en ganar, sino en en negarse a reconocer la derrota. No en no caer, sino en levantarse y seguir intentándolo. A lo mejor el truco está en que, mientras no nos dejemos vencer, no podrán derrotarnos, aunque nunca podamos ganar.

A lo mejor es eso. Una lucha eterna. Una batalla interminable que no podemos ganar, pero en la que podemos negarnos a ser derrotados.

Tan simple como eso.

Morgan Freeman dijo algo parecido al final de Seven:

—Hemigway creía que el mundo es un buen lugar por el que merece la pena luchar. Estoy de acuerdo con la segunda parte.

También lo dijo Alsher Aljiyaz, poeta sin par de Nabati-Madi, en una de sus composiciones de madurez tras el largo viaje en el que acompañó a Kláiner de Volkenskap hacia el Hueco al Final del Mundo:

Sin embargo
no siempre ves el ojo de la tormenta
y tarde o temprano
la oscuridad gana la partida.
Entonces solo queda
un jinete que se aleja,
el viento que sopla,
un lobo que aúlla.

Mas allá, en la distancia
un tigre desbarata sus últimos maullidos,
y el gusano taladra su camino hacia la luz.

Que la Divina Incertidumbre que rige los destinos del mundo os sea propicia. ¡Iljá Alyajin!

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