¿Uso normalmente lectores beta cuando escribo una novela? Si contesto sin pensarlo mucho, la respuesta que es que no. Si me paro a considerar la cuestión unos segundos, sin embargo, esta es que sí. Siempre hay algún amigo o amiga en cuyo criterio confío al que le acabo dejando la novela; normalmente, cuando tengo una versión que considero lo bastante estable.
Y, por supuesto, está Felicidad Martínez, que se lee cuanto escribo casi a medida que va surgiendo de mis dedos.
Confieso, sin embargo, que nunca he pensado en esas personas como betas. Lo son, desde luego, pero imagino que hasta ahora ni me había parado a considerar la cuestión. Me venía bien su opinión por diversos motivos y me parecía buena idea que se leyesen lo que escribía, pero no era algo organizado en plan «bueno, teniendo en cuenta de qué va la novela y las características de esta, vamos a buscar una serie de personas que me puedan dar puntos de vista interesantes».
Hasta ahora.
Por algún motivo, mientras escribía El hueco al final del mundo sentí la necesidad de tener un grupo numeroso de lectores beta. Quería, además, que fuesen lo más diversos posible en múltiples aspectos: edad, género, orientación sexual, forma de ver el mundo, gustos literarios… No voy a decir que estaba intentando hacer un mini estudio de mercado, porque no van por ahí los tiros, pero supongo que la imagen es más o menos válida pese a todo. Quería una respuesta diversa que pudiera abarcar todos los aspectos de la novela. Que unos se fijasen más en el lenguaje, otras en el desarrollo de los personajes, otres en el worlbuilding, otros en la trama…
Así que fui haciendo una lista. No fue algo meditado en plan un porcentaje de esto y un porcentaje de lo otro. Me dejé llevar, me puse a pensar en personas que conocía que me podían estar interesadas en leer la novela y cuyo criterio (por un motivo o por otro) encontraba útil y enriquecedor. Así, poco a poco, fui compilando una lista.
Y ahí descubrí que realizar una lista de lectores beta es sembrar mucho para recoger poco.
La mayoría de las personas con las que contacté respondieron positivamente a mi propuesta. Luego, a la hora de leer, buena parte de ellas se fueron cayendo por el camino.
Entendedme bien, no es ninguna crítica a esas personas. Sé que cuando aceptaron, lo hicieron de buena fe. Luego, las circunstancias de la vida de cada una de ellas causaron que no pudiesen cumplir el compromiso. Problemas de tiempo, no tenían el estado de ánimo adecuado… en fin, cada uno tenía sus propios motivos. Perfectamente entendibles, por otro lado.
Lo que significa que al final acabé compilando no una lista sino varias. O, mejor dicho, fui añadiendo nombres a la lista original a medida que veía que el feedback que recibía de los primeros elegidos era mucho menor del esperado.
Poco a poco fui creando, creo yo, un grupo interesante. Grupo que, por otro lado, espero poder ampliar para los siguientes volúmenes. Tengo a ciertas personas en el punto de mira que espero poder «engañar» para que se unan a la tarea. Ya veremos si funciona.
Entretanto, mi agradecimiento hacia quienes han ejercido de betas para el primer volumen, La simiente de la Esquirla, es considerable. Los menciono a continuación.
Por una parte, está Felicidad Martínez, la primera persona que lee cuanto escribo, como ya he dicho. Amiga, compañera, colega y cocustodia de dos gatas maravillosas, sin ella mis novelas serían bastante peores… y otras muchas cosas también. Las diferentes discusiones que tuvimos mientras empezaba el proceso de escritura de La simiente de la Esquirla me fueron sumamente útiles para despejar ciertas dudas y clarificar determinados elementos de trama y ambientación, gracias a su capacidad de análisis y su habilidad para poner el dedo en la llaga.
Además de ella, tengo que mencionar a Juanma Barranquero, Elías F. Combarro, Germán Herrán, Khardan, Laura S. Maquilón, Fernando Ángel Moreno, Aurora Ranchal y Mariano Villarreal. Sus opiniones y reflexiones me fueron sumamente útiles, así como los puntos de vista diversos que aportaron.
Laura, además, fue la revisora del texto y contribuyó sensiblemente a la mejora de este, detectando a tiempo ciertos problemas y proponiendo soluciones. Si cuando leáis la novela encontráis pese a todo alguna errata, culpadme a mí, no a ella.
La labor de Juanma, por otra parte, fue mucho más allá de lo que había requerido de él, y su ayuda a la hora de definir los diferentes idiomas imaginarios que aparecen en La simiente de la Esquirla fue decisiva. De hecho, a él le debo el desarrollo completo y exhaustivo de la gramática y la morfología del qanramí que en Duniya funciona como lingua franca entre las distintas naciones. Partiendo del pequeño esbozo que yo había desarrollado, Juanma creó una lengua completamente funcional e incluso la hizo desarrollarse a lo largo del tiempo.
Además tengo que mencionar a Luc Cerverón y PREZ, quienes se encargaron respectivamente de las ilustraciones interiores y de la portada. No son realmente betas, pero dado que se tomaron la molestia de leer completa La simiente de la Esquirla para decidir cuáles eran las mejores posibilidades a la hora de encarar su trabajo, acabaron convirtiéndose en ello en cierto modo. Tanto el uno como le otre se merecen mi más profundo agradecimiento por su implicación en el proyecto, por sus opiniones sobre lo leído y por sus maravillosas ilustraciones.
No sé si El hueco al final del mundo va a ser la mejor novela que he escrito. Pero sin duda, además de ser la más ambiciosa, es también la más trabajada, la que ha pasado por más fases distintas y ha tenido borradores más diversos. Ha habido capítulos que han desaparecido, que han cambiado de lugar, que se han fusionado con otros; algunos personajes han cambiado de género, de profesión o incluso de peripecia vital; otros han desaparecido sin dejar rastro; hay países que han cambiado de nombre, de idioma e incluso, en parte, de costumbres.
Lo normal en mí es que el primer borrador sea casi, casi la novela final. Cambio pequeños detalles, pulo cosas aquí y allá, mejoro algunas escenas o ciertos diálogos, pero en esencia, lo que sale de mis dedos al primer intento es un 90% de lo que será la novela final.
Nunca antes he trabajado, pulido y modificado tanto una novela como ahora.
Y ese trabajo lo han sufrido mis pobres betas. No todos, porque no todos se incorporaron a la lectura en el mismo momento de desarrollo de la obra, pero sí buena parte de ellos. Especialmente Elías, Felicidad, Laura y Juanma han sido los que más me han «sufrido» en ese aspecto, y se han tragado diversas versiones. No me los merezco, eso está claro.
Y lo dicho, para el siguiente volumen, El verde entre las sombras, espero engañar a algunas personas más para que se unan a esta variopinta tripulación. Quién sabe, a lo mejor tú, que está leyendo esto ahora mismo, acabas siendo una de ellas. Todo depende lo que decida la Divina Incertidumbre que rige los destinos del mundo.
¡Iljá Alyajin!