¿HAY MÉTODO EN MI LOCURA? III: UN TIPO ENCANTADOR

Decía en la entrega anterior que no tenía la menor intención de escribir una saga y que esto iba a a ser una novela aislada. Evidentemente, no fue así, algo que ya veremos con más detalle. Pero aprovecho para comentar que, con la excepción de Drímar, ninguna de mis sagas narrativas nació con el propósito de serlo: La sabiduría de los muertos iba a ser una novela holmesiana aislada, no el inicio de una tetralogía; El abismo en el espejo tendría que haber sido un simple thriller sobrenatural, no la primera novela de mi ciclo de la Ciudad. En cuanto a La canción de Bêlit, es mi única novela de Conan… de momento.

Volvamos a ese adepto de la Reina. De paso aprovecho para comentar un poco el uso de ese término. Había dicho que había decidido llamar «adeptos empíricos» a los agentes secretos porque estaban al servicio de la Reina y se movían siempre dentro de los límites de lo posible, de lo «real», lo palpable.

No tardo en tomar la decisión de que el término «adepto» designe, en Alboné, a cualquier funcionario del estado. Así nacerán los adeptos inquisitivos, que se ocupan de temas administrativos o las adeptas de la curación, que gestionan los hospitales. Esa decisión de que unos cuerpos sean adeptos y otros adeptas, tomada sin pensar demasiado en sus implicaciones, acabará siendo bastante importante para el escenario. Entre otras cosas porque dibuja una sociedad con unos determinados rasgos de separación de las tareas en función del género que luego serán fundamentales en muchos aspectos.

Pero volvamos a los mensajeros. Una vez creados, decido que la sociedad de ese mundo sea sumamente dependiente de ellos. Los necesitan para casi todo, desde encender una luz hasta impulsar sus vehículos. Ahí es donde surgen los artífices, expertos en manipular los mensajeros y en crear artefactos que los utilicen.

Y eso me lleva a la naturaleza de la amenaza que se cierne sobre el mundo. Si los mensajeros son fundamentales para que las infraestructuras funcionen, una bomba que los elimine puede destruir la civilización tal como se conoce.

Así nace la Bomba de Malas Noticias. Que, lógicamente, mata a los mensajeros.

(No, no lo voy a preguntar. Pero habéis pillado el chiste, ¿verdad? Venga, bah, decidme que lo habéis pillado.)

Bien, todo eso me da una parte no desdeñable de la trama. Yáxtor va a investigar a esos Espectros, va a caer en sus manos y va escapar en el último momento. Eso me da un tercio de la novela, más o menos. Y tiene que ser un tercio en el que la acción predomine sobre lo demás.

También decido que va a ser un tercio en el que nunca veremos a Yáxtor desde sus propios ojos. Son siempre los demás quienes lo contemplan. Sabemos lo que el protagonista hace, pero no lo que piensa.

Además, y eso lo decidí desde el primer momento, Yáxtor va a ser, básicamente, un psicópata. Si quiero que mi versión fantástica de 007 sea verosímil psicológicamente no puede ser de otro modo: tiene que tratarse de un individuo capaz de cometer las mayores atrocidades sin pestañear y sin que eso le quite el sueño, siempre que sea al servicio de la Reina. Es un monstruo eliminando otros monstros… y llevándose inocentes por delante en el proceso, si estos se interponen en su misión.

Es decir, va a ser imposible que los lectores empaticen con el protagonista, al menos durante el primer tercio de la novela. Era una decisión que me asustaba un poco (no me apetecía perder lectores; y a día de hoy sigue sin apetecerme, curiosamente), pero me parecía narrativamente correcta, así que seguí adelante con ella.

He mencionado antes a la Reina un par de veces. ¿Cómo era esa Reina, me pregunté? La inspiración primaria para el personaje es, sin la menor duda, la Reina Victoria. Y esa es la imagen que tengo originalmente de ella: una señora mayor, regordeta, de ceño fruncido y modales autoritarios. Luego, cuando llega el momento de que entre en escena, tomo una decisión en la que no había pensado antes pero que me parece totalmente adecuada en cuanto me viene a la cabeza la idea: la Reina lleva, en cierto modo, gobernando miles de años. Cuando elige una sucesora, siempre una niña, le traslada sus recuerdos y una parte importante de su personalidad usando mensajeros, de modo que, cuando muere, la nueva Reina es, en cierto modo, la misma persona que la anterior. No del todo: al fin y al cabo, el cuerpo receptor tiene mente y voluntad propias, con lo cual la mezcla se modifica un poco en cada encarnación.

Pero sigamos. Yáxtor investiga. Su amigo Fléiter lo pone en una pista que lo lleva a una joven a la que no tiene problema alguno en seducir usando su increíble control de mensajeros. Y es que Yáxtor no tiene necesidad de ser atractivo o encantador, ni currarse la seducción de otra persona, porque puede lanzar sus mensajeros sobre el cuerpo de esa persona y alterar su química cerebral para que lo encuentre irresistible. Literalmente, Yáxtor puede convertirse en la droga de cualquier ser humano que tenga menos control sobre los mensajeros que él (o sea, casi todo el mundo).

Era mi manera de justificar el «magnetismo sexual jamesbondiano», que incluso es capaz de convertir en heterosexual a quien no lo es y hacer que cambie de bando. La escena de Golfinger (la película; es una escena que no existe en la novela original) en la que Bond está en el granero con Pussy Galore es prueba más que suficiente de lo dicho: una vez 007 se la ha tirado, la lesbiana se ha vuelto heterosexual y traiciona al villano por «su» James.

Una fantasía masculina muy habitual que resultaría risible de no ser porque la mencionada escena es, digámoslo sin tapujos, una violación. No sé qué es peor, si que generaciones enteras de espectadores (y de espectadoras) aceptasen aquel comportamiento del héroe sin darle más importancia, o que vieran creíble que, tras la violación, la lesbiana fuese ahora una heterosexual enamorada de su violador.

Lo que Yáxtor hace, por otro lado, no es éticamente mejor. Ni pretendí nunca que lo fuera. Ya dije hace unos párrafos que era un monstruo. Así que va a matar, seducir, engañar, torturar, mentir, sacrificar a otros, torcer las apetencias sexuales de los demás si lo necesita, usarlos como carne de cañón… lo que sea necesario con tal de cumplir su misión. Y luego dormirá a pierna suelta sin que nada perturbe su sueño.

Como sea, ese primer tercio de la novela llega a su fin. En el proceso, Yáxtor conoce a nuevos personajes y empieza a tener pequeños atisbos de su pasado… junto a la sensación de que hay partes de este que desconoce.

Es ahí, una vez he completado el primer tercio de la novela, cuando me detengo de nuevo. Respiro otra vez y vuelvo a mirar a mi alrededor. Contemplo el camino que he recorrido (casi siempre sin pararme a pensar mucho, dejándome llevar por lo que siento que me pide la historia) y el paisaje que he dibujado.

Y empiezo a hacerme preguntas. Sobre el mundo que he creado. Pero, sobre todo, acerca de mi personaje protagonista. ¿Por qué es como es? ¿Ha nacido así o alguien lo ha convertido en un monstruo? ¿O quizá, simplemente, alguien ha dejado salir al monstruo que ya llevaba dentro y lo ha puesto a trabajar al servicio de la Reina? ¿Quién ha sido? ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?

Y sobre todo, ¿cómo afecta a ese Yáxtor monolítico, sin fisuras en su monstruosidad, el descubrimiento de que hay un hueco en su memoria y que, en ese hueco, puede haber oculto algo que lo redefina y lo haga replantearse su propia identidad?

Responder todas esas preguntas me lleva al resto de la novela… y a escribir otras tres.

Pero de eso hablaremos en el siguiente capítulo.

FINE DE LA TERZA PUNTATA

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