Desde que empecé a publicar, uno de los aspectos más fascinantes (aunque frustrantes en ocasiones) siempre ha sido ver cómo otras personas imaginan los mundos, personajes y situaciones que he creado. Ver la portada de uno de mis libros por primera vez y comprobar los parecidos y las diferencias con lo que había en mi imaginación siempre ha sido uno de mis momentos favoritos del proceso de publicación.
No siempre la persona que ilustra la novela capta correctamente lo que pretendía transmitir. También es cierto que casi nunca es culpa de ella. Cuando creas la ilustración de portada o las interiores a partir de cuatro datos que te pueda dar el editor lo difícil sería acertar al cien por cien. Y, pese a todo, me asombra la cantidad de veces que mis portadistas han representado con fidelidad (y, sobre todo, de un modo interesante para el lector) algún momento de la novela. Mi agradecimiento sin límites va para todas aquellas personas que desde 1995 (en realidad, desde antes, si contamos las ilustraciones que a menudo acompañaban a mis relatos cortos en algún fanzine o revista) hasta la actualidad han representado visualmente alguna de mis creaciones. En serio, me asombra vuestra capacidad y vuestra creatividad y os envidio un montón.
Si Cervantes decía que la poesía era aquella gracia que el Cielo no quiso darle, la mía sin duda es la ilustración. Soy esa clase de persona que si intenta trazar una línea recta con una regla, acaba creando una espiral excéntrica. No hablemos ya de luces, sombras, perspectivas… Uf. De niño, uno de mis sueños era ser dibujante de cómic; el otro, ser físico. El primero de ellos desapareció en cuanto me di de bruces con mi falta de pericia manual; el segundo, en cuanto me topé con las matemáticas. No es que no me gustasen; al contrario, más bien a ellas no les gustaba yo.
Así que tuve que conformarme con lo que se me daba más o menos bien, que eran las palabras, y fui aprendiendo, un poco a trompicones, a contar historias con ellas.
Pero no estábamos hablando de mí. Bueno, sí, pero no deberíamos estarlo.
Pocas veces he logrado que mis libros fuesen ilustrados por alguien que se hubiera leído completa la novela y que, a partir de ella, se hiciese su propia composición de lugar a partir de los mismos elementos que tendría cualquier lector para imaginarse el mundo en el que se desarrolla la historia: el propio texto.
En El hueco al final del mundo podía darme el lujo de funcionar de ese modo, si encontraba las personas que estuvieran dispuestas a tomarse ese trabajo. Desde el principio tuve claro que la novela sería publicada por Sportula, lo que implicaba no tendría que pelearme con un editor ni convencer a ningún comité de que esa era la mejor manera de trabajar. Puedo tener un comportamiento algo excéntrico en ocasiones (bueno, simplemente raro, en realidad; no tengo dinero suficiente para ser excéntrico), pero aún no he llegado a montar airadas discusiones a voz en grito entre mi yo escritor y mi yo editor donde me increpo diciendo «¡Capitalista de mierda, estás matando mi arte!» para luego responderme «¡Qué sabrás tú de esas cosas, juntaletras de medio pelo!».
Será que en el fondo soy un burgués adocenado.
Pero seamos serios. Aunque sea un poco.
Pensé primero en las ilustraciones interiores y, considerando una persona y otra, acabé llegando a Luc Cerverón, cuyo trabajo conocía por las ilustraciones realizadas para la segunda edición de la novela de Felicidad Martínez Horizonte lunar:

Me pareció que Luc podía tener lo que necesitaba para ilustrar a mis personajes, así que contacté con él y no tardamos en llegar a un acuerdo. Luc no tuvo problema alguno en leerse la novela e incluso le dije que era cosa suya decidir qué momentos le parecían los más adecuados para ilustrarlos.
Le encargué en principio seis ilustraciones, aunque acabé usando solo tres en La simiente de la Esquirla. No porque no quisiera usar las otras, sino porque la división en volúmenes ha sido algo que ha cambiado mucho a lo largo del proceso de escritura y, cuando contacté con Luc, el primer volumen iba a ser considerablemente más largo de lo que al final fue. Evidentemente, usaré las otras ilustraciones en El verde entre las sombras, segundo volumen de El hueco al final del mundo. Ya hablaremos de ellas entonces.
Entretanto, estos fueron los bocetos que Luc me propuso:

Representaban tres momentos muy claros de La simiente de la Esquirla:
- El Hereje enfrentándo a un verjónger, uno de los monstruos que, a través de ciertos portales dimensionales, atacan la ciudad en la que este vive.
- El Hereje y su misteriosa invitada en la cueva subterránea en la que vive el primero. Sobre ambos, la enigmática Cegé, un cerebro gelificado. Una IA, en otras palabras.
- Por último, la invitada del Hereje en un momento que, visto el boceto y sin más contexto, puede parecer bastante equívoco.
He aquí los dibujos finales:

Como veis, la postura un tanto equívoca en el boceto de la tercera imagen deja de serlo en el dibujo final. En cuanto a la escena que está representando, lo sabréis cuando leáis la novela. No iréis a quedaros con las ganas, ¿verdad?
Evidentemente, Luc no pasó de esos boceto al dibujo definitivo. Cada escena se fue construyendo poco a poco. Siempre me ha fascinado el proceso por el que la ilustración va tomando forma y se va definiendo lo que en el boceto era un puro embrión. Si a vosotros os pasa lo mismo, sin duda os va a encantar la siguiente tanda de imágenes, que representa el proceso seguido con la segunda escena. No incluyo en este caso el boceto inicial, solo los intermedios y la versión final:

Me gusto mucho el trabajo de Luc. Sobre todo porque se apartaba de formas muy curiosas de lo que yo tenía en mente al describir ciertas escenas y, al mismo tiempo, las representaba a la perfección. Era como si me estuviese asomando a otra mente que, a su vez, se había asomado a la mía. Inquietante y fascinante a partes iguales.
Y una vez solucionado el tema de las ilustraciones quedaba pendiente el de la portada. Pero eso, evidentemente, queda para la siguiente entrega de este post.
Nos vemos.