El culpable de todo es Robert Graves. Cuando era crío pasaron por televisión la serie que la BBC realizó basada en su novelas Yo, Claudio y Claudio, el dios y su esposa Messalina, en las que Graves hacía un recorrido bastante personal por el reinado de la dinastía Julio-Claudia en la antigua Roma, desde el Principado de Augusto hasta el ascenso de Nerón.
El acercamiento de Graves a la historia no podía ser más curioso. En lugar de utilizar el habitual narrador omnisciente en tercera persona, es uno de los personajes involucrados en ella el que habla, nada menos que el que sería luego el emperador Claudio. Considerado a menudo como tonto por su familia, su administración del imperio sería sin embargo bastante eficaz y le daría a las posesiones romanas un periodo de estabilidad nada desdeñable. Historiador de tendencias republicanas, acabaría paradójicamente convertido en gobernante absoluto del mundo conocido… o al menos esa es la historia que Robert Graves nos intenta vender.
Lo cierto es que yo la compré sin problemas. La serie me encantó y me leí las novelas poco después y me gustaron incluso más. De hecho, el tono que Claudio usa para narrarlas, un tono confidencial y fiable, me ha influido como escritor numerosas veces. Por no mencionar que su relato de lo ocurrido es tan plausible (por más que contradiga a menudo las hipótesis historiográficas más aceptadas) que ha teñido para siempre mi percepción de esta etapa del Imperio Romano. Por mencionar un detalle, la antipatía que Claudio siente hacia Séneca, el tutor del futuro emperador Nerón, es tan enorme y la transmite con tanta pasión y convicción que es el día de hoy que, literalmente, no soporto a Séneca y me parece uno de los personajes más odiosos de la historia. Para mí es el individuo arrogante, hipócrita y adulador que Claudio describe y no soy capaz de verlo de otro modo.
Como sea, siempre he tenido la idea de escribir algo ambientado en la antigua Roma. Nunca lo he hecho básicamente porque soy un individuo perezoso que odia la idea de tener que documentarse… aunque no tiene ningún problema en hacerlo cuando no es consciente de que lo hace, lo cual es otra historia y mejor no la cuento.
Pero hace tiempo que me dije que, si no podía escribir algo en la Roma histórica, siempre podía crear una Roma ficticia. Al fin y al cabo, es lo que hacen la mayor parte de los autores de fantasía épica, ¿no? Crean un escenario basado, en la mayor parte de los casos, en la Edad Media europea.
Así que por qué no crear un escenario basado en la antigua Roma. Un lugar ficticio que se le parezca, que despierta las mismas resonancias que Roma despierta en el público moderno pero que, al mismo tiempo, pueda usar a mi antojo sin preocuparme de la «realidad histórica».
Lo intenté por primera vez a mediados de los años noventa, pero no escribí más allá de media docena de páginas que, además, se han perdido. Básicamente no tenía nada claro qué quería contar, así que la cosa no prosperó.
Por suerte, sí que lo hizo varios años después y así nacio el escenario de
URBE
Original, ¿eh?
Allá por 2014 se me ocurrió volver sobre la idea. Decidí, en lugar de planteármelo como una novela, crear una serie de relatos largos o novelas cortas que compartieran escenario y personajes. Mi idea era ir construyendo el escenario con cada relato y, como la cabra tira al monte, decidí además que fuesen relatos policiacos.
Así nace la pequeña ciudad de Encrucijada, a la que llega un nuevo Magistrado. Este y la sargento de la guarnición local serán los principales personajes, a los que poco a poco se irán añadiendo distintos habitantes de la ciudad o del cenobio cercano.
No tenía gran cosa planeada, pero empecé a escribir con esas premisas. Básicamente, conté la llegada del nuevo Magistrado y, tras darle vueltas a un par de ideas, lo involucré en su primer caso, el asesinato de un joven aprendiz de herrero en el cenobio que hay no muy lejos de la ciudad.
Fui construyéndolo todo sobre la marcha, a medida que iba contando la historia y esta se llenaba de detalles. Decidí, además, que el ritmo del relato fuera tranquilo, lo bastante para permitirme echar un vistazo sin prisas alrededor y ver lo que me iba encontrando.
En cierto momento me di cuenta de que, de un modo extraño, estaba haciendo literatura costumbrista. Algo que nunca había hecho antes. Y me gustaba.
Poco a poco, mi Roma alternativa, fue tomando forma. Como he dicho, la llamé Urbe; y, aunque nunca sale en la narración, se habla de ella con frecuencia, lógicamente.
Tras este primer caso policiaco, me senté con tranquilidad y ordené lo que tenía. Es decir, como suelo hacer siempre, arreglé el establo después de haber comprado el caballo.
Qué le vamos a hacer, me funciona.
Así que, partiendo de aquella primera novela corta, creé la historia de Urbe, sus costumbres y su forma de gobierno.
Lo cual, a su vez, me dio pie para lo que sería el siguiente relato y el siguiente misterio a investigar por el Magistrado.
Publiqué ambas historias como ebooks breves en Sportula. Mi idea era seguir con la serie y, de hecho, llegué a empezar una tercera novela corta y tenía ideas para dos o tres más.
Pero ahí se quedó la cosa. Escribí media docena de páginas del tercer relato y nunca llegué a terminarlo.
No descarto volver sobre ello algún día, que conste. Me sigue gustando el escenario creado (de hecho, me siento muy cómodo en él) y me encantan los distintos personajes que fueron asomando a las historias. Así que es probable que, en algún momento, regrese a Urbe y siga contando nuevos casos del Magistrado y la sargento.
Y, sin duda, escarbaré en las vidas de todos esos personajes que creé en los dos primeros relatos; mostraré los misterios que tienen ocultos, los haré evolucionar y crecer. No sé cuándo. ¿Quizá tras rematar El hueco al final del mundo? ¿Antes, incluso? ¿Alternaré nuevas historias de Encrucijada y sus alrededores con la finalización de mi novela distópica Final de trayecto?
Ni idea. Pero, de un modo y otro, volveré a Encrucijada. Me gusta demasiado el escenario que creé en esos dos casos policiacos. Y adoro los personajes que fueron surgiendo en ellos. Especialmente los secundarios, que aún están a medio definir y llenos de un enorme potencial.
No sé cuándo, pero volveré, eso lo tengo claro.