Durante los siglos anteriores a la Expansión de la Esquirla, la tecnología de Elantegnek se va orientando poco a poco a la gestión de cálculos matemáticos complejos y al procesado y manipulación de información; un camino que también seguirá Alqufar, aunque por medios muy distintos, como se verá más adelante.
Con el tiempo, eso dará lugar al desarrollo del primer cerebro gelificado, una mente artificial funcional y autónoma cuyo núcleo básico es un manojo de células nerviosas de origen vegetal en un baño de gel de clorofila que las nutre y las protege.
La capacidad de proceso de estos primeros cerebros gelificados es limitada, pero su velocidad de cálculo los hace sumamente útiles. El hecho de que puedan recibir instrucciones usando algoritmos escritos en lenguaje natural es una ventaja evidente frente a intentos previos de crear una máquina que procese la información.
Su naturaleza analógica, frente a la digital de los productos de otras naciones, tales como los de Qánram y, sobre todo, Alqufar, les concede numerosas ventajas, como la capacidad real de tratar datos de forma simultánea y ejecutar procesos en paralelo, algo que las mentes digitales solo pueden simular.
Al mismo tiempo, la necesidad de que estas mentes artificiales ocupen menos espacio (lo que implicaría un recorrido menor de las instrucciones y, por tanto, una eficiencia mayor) favorece el desarrollo de las técnicas de miniaturización.
El desarrollo inicial de los primeros elementos miniaturizados tiene lugar en Alqufar, y Elantegnek se hace con ellos durante la Tercera Guerra de las Realidades. A partir de ahí, los tegnekares refinarán el proceso y lo adaptarán a su propia tecnología.
Con el tiempo los cerebros gelificados se van volviendo más y más complejos, a medida que la malla neuronal evoluciona y la miniaturización del medio de transmisión permite aumentar el tamaño de las interacciones. En vísperas de la Cuarta Guerra de las Realidades están ya en la frontera de la auténtica inteligencia. Es entonces cuando la comunidad científica se ve inmersa en lo que probablemente es el mayor debate de la época.
Toda gira alrededor de un par de preguntas muy sencillas de implicaciones muy complejas: ¿Se debe seguir adelante y permitir que los cerebros gelificados se vuelvan mentes inteligentes y conscientes de sí mismas? De ser afirmativa la respuesta, ¿tiene el ser humano derecho a usar esas mentes como herramientas a su servicio?
El debate es fundamentalmente ético, moral y filosófico. Lo que se está discutiendo es el concepto mismo de humanidad, en cierto modo. Si los cerebros gelificados son entes conscientes, inteligentes y autónomos son, a todos los efectos, tan humanos como los propios humanos y deberían tener los mismos derechos que estos.
¿O no?